Narrativa

Vicachá

Ayer en la noche, un espíritu Muisca volvió a la sabana que un día acogió al pueblo de Bacatá. Durante casi medio milenio, había vagado entre los caminos enrevesados de la sangre y los gritos de dolor, un laberinto de suelo óseo teñido de ira. Sin embargo, la luna, con su piedad infinita, lo guió hacia el oriente, lugar en el que se alzaban los Padres Tutelares.


Entre las faldas del más robusto, al que hoy llamamos Monserrate, encontró lo que anduvo buscando durante tantos años: Vicachá, un flujo de agua resplandeciente que ni la noche era capaz de ocultar, el río que trazaba el sendero de los muertos.


Siguió aquellas aguas, con la esperanza de que se volviesen caudalosas al alejarse de la montaña. Rodeó los encenillos y esquivó los helechos, perdió cuidado de las piedras después de entender que un espíritu no podía torcerse un tobillo y se extrañó al no escuchar los rugidos amenazantes de los felinos. Sin embargo, su preocupación aumentó al ver que los árboles se quedaban atrás y en lugar de estos se alzaban casas tan altas como montañas iluminadas por luces inertes que colgaban de postes. Pero lo peor vino más adelante: un camino de piedra había reemplazado al río.


Los únicos seres que rondaban ese lugar eran unos roedores que, tímidamente, se asomaban por las bocas de tormenta para llevarse los residuos de comida que empezaban a pudrirse sobre los andenes. Desesperado, el espíritu buscó en aquel lugar algún rastro de agua pero palideció al ver la figura de un hombre que alzaba una espada. Sintió de nuevo el filo de aquella arma al abrir la carne que había abandonado cientos de años atrás, pero no tardó en darse cuenta de que el hombre era de bronce, no representaba amenaza alguna, sin embargo, le daba mala espina, aunque no le dio más importancia. No tardó en encontrar un canal de piedra por el que se deslizaba agua sucia con olor a muerto, la cual se negaba a concebir reflejo alguno No era el río que buscaba.


“Quizá pudiese escuchar su voz”, pensó. Puso toda su atención en los escasos sonidos que lo rodeaban. En la distancia, escuchó ruidos desconocidos, semejantes a gritos de guerra, pero ninguno se asemejaba al río que había buscado durante casi quinientos años. Se inclinó sobre el camino de piedra. Un gorgoteo débil venía de algún rincón recóndito de ese lugar, ese gorgoteo era como las últimas palabras que se niegan a salir de la boca de un moribundo. Sin embargo, reconoció en este los arrullos de Bachué y la furia de Chibchacum que sus abuelos le habían enseñado a comprender en las aguas de las lagunas y los ríos.


Bajo el camino de piedra estaba Vicachá. Sus aguas no se habían tornado caudalosas, por el contrario, estaban muriendo.


Entendió que lo que pisaba no era un camino sino una tumba. En este mundo, ya no existía un rumbo que encaminara a los muertos al lugar que merecían, no. Al final, las almas estaban condenadas a caminar sobre sus propios huesos.

Fotografía de Saidi Musiitwa de Pexels


Jorge Arturo Poveda
(Bogotá, 1981) Es Tecnólogo en Escritura para Productos Audiovisuales del SENA y estudiante de Estudios Literarios. Dirigió y escribió el cortometraje Ondina (Selección Oficial en Cinexcusa 2020). Sus principales intereses giran en torno a la fantasía y el terror.

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