Epistolario

Carta a Lev Tolstói

Guanajuato, Gto. a 30 de septiembre de 2019.

Mi querido conde:

Recurro a ti como lo haría Masha a Serguéi, a tus manos viejas de tanto trabajar, pero aún vigorosas y llenas de fe. Lo hago por el deseo genuino de calidez y arropo, aunque a veces me muestres tormenta, sé que en casa estoy segura. Recurro a ti que me has dado tanto, por quien sentí la palabra en su forma más pura, más sencilla, más vívida. Decías y hacías mundo, uno muy íntimo, uno tan tuyo que la Humanidad podría reflejarse en él. Porque fuiste un hombre de ideas, pero también de acción y, sobre todo, te entregaste a la ardua tarea de ser humano, de abrazar toda tu complejidad, de debatirte día a día para perfeccionar el espíritu.

No es casualidad que hayas tenido por mentor a Sócrates en el pensamiento y a Jesucristo en el corazón. Tú, cristiano, que implorabas salvación durante esa juventud corrupta, durante ese ir y venir de la vida. Tú, hombre de razón, que pugnabas por la versatilidad de la mente, que condenabas la unilateralidad. Mente incandescente. Tú, filósofo de la vida, quien a tus diecinueve años atreviste a decir lo siguiente: «Es más fácil escribir diez volúmenes de filosofía que llevar a la práctica una sola regla, no importa cuál.»[1]

Irreverente, te siento en lo más hondo de mis miedos e inconsistencias, en mi flaqueza de ánimo y a la vez en las pasiones más cálidas, en la entrega, en el amor mismo. De ti aprendí que, así como la vida tiene varios tiempos, el amor también; sin embargo, no todo fue afabilidad contigo, hubo noches de tormento y mañanas grises. En la cotidianidad de tu escritura encontré presentes las dicotomías de la vida, la paradoja de la vida, en lo cotidiano hallé lo poético de la palabra. Palabra redentora, piel palabra, palabra desalada, palabra sangre, palabra.

A ti no te llamo poeta, a ti te nombro Hombre y vienen tras de ti emperadores sabios, pensadores, campesinos, inclusive animales; toda la humanidad camina junto a ti.

Recurro a ti y de pronto se me acaban las palabras, qué ironía, pues tú fuiste hombre de vastas palabras, justas, pero vastas. ¿Qué más decir de ti, muchacho impredecible, viejo encantador? Sólo que eres una de las voces más preciadas para mí, dentro de aquel cosmos literario hilvanado de decires.

Siempre tuya,

                                 Casandra



[1] Extracto de los Diarios (1847-1894), edición y traducción de Selma Ancira, Acantilado.


Casandra Cruz
(Guanajuato, 1998) Estudiante de Letras Españolas en la Universidad de Guanajuato. Sus principales intereses giran en torno a la literatura y el arte en general. Ha publicado en Punto en Línea, Soflama, gabinete de ensayos, Small Blue Library, Universo de Letras UNAM, blog Librópolis y Ágora del Colmex. Recientemente participó en el taller de Ensayo Literario de Luis Paniagua.

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