24 de septiembre de 2019
Le escribo con el atrevimiento de sus nomeolvides y con la tinta verde que tanto le gustaba usar.
G.O.:
Querido, apenas abro su página, veo las súplicas y no puedo evitar alzar mi faz preguntona. ¿Cómo decir, así nomás, “Escríbeme o me mato” cuando en la sola pronunciación se sabe que hay dos mentiras de por medio? ¿Acaso usted tampoco advirtió esa aplastada resignación a la que uno llega cuando entrega sus cartas?, ¿nunca advirtió la trampa del cartero y su lastre de cajón?
“Escríbame, me muero de sin usted” Pues le escribo, señor, y aquí tiene un beso de tinta enternecida. Y le escribo porque en el fondo yo también deseé alguna vez, con un ritmo tan suyo, tan Owen, que un Dionisio me escribiera. Como ya intuirá, me quedé como se queda el que imagina un matasueños, un matasellos que nunca existió. Encontré entonces sus cartas y supe, ya más tarde, que habría que ser yo la que debía atender a sus constantes llamados. Porque esto es como cortar el pan sobre la mesa del otro, o compartir la última copa del trafalgar desértico, donde todavía hay misericordia frente a los que tiran la piedra de aire y esconden la primera letra.
Gilberto, estimado Beto, ¿usted sabe cuál es la diferencia entre leer a un enamorado y a un muchacho seductor? No es que interrogue yo teniendo un espejo oblicuo de mano, es más bien esta idea caleidoscópica que me asalta clementinamente. Si pregunto todo esto, no hay gala de vanidad, es mi espejo detrás de su espejo queriendo cobijarme con su verdad. (En ese caso, con su Lisístrata, en este caso, con mi Leneo).
Le creo, porque sus cartas no son –nunca fueron– unas «rancias enseñanzas» para seducir a la que nunca fue, a la del cerro que sólo se quedó en testigo. Pienso que sí existen todos sus rescoldos y todas sus llagas. Yo le creo –seductor enamorado– varado o vencido. Lo reconozco Owen, Eugène, Yvain, Estrada, Beto o Gilberto. Y siento su llorar muy cursi, el latido húmedo de las manzanas y su palpable dulce lengua. Le creo y siento el abrazo profundo de todas sus cartas. Me acomodo en la barca de sus siete viajes, junto a usted, rumbo al Paseo-Cielo-de-Doncellas.
Pero en secreto, querido, le digo en breve –y muy quedito– que no debió mentir sobre su inexistente escudo de modestia, cuando le escribió con imperativos a su infanta Elvira, que hiciera caso omiso de su correspondencia. Creo que usted y yo nos entendemos en esta línea íntima, cuando pensamos que la seducción se cumple siempre, al contemplar el buzón vacío y comprender la renuncia a la victoria.
Mariana del Vergel
Mariana del Vergel
(Aguascalientes, 1998) Egresada de la carrera de Letras Españolas por la Universidad de Guanajuato. Fundadora del Encuentro Nacional de Revistas Literarias (ENAREL) y coordinadora del primer Encuentro Nacional de Mujeres Poetas Jóvenes. Ha publicado sus poemas y ensayos en diversas revistas literarias como Punto de Partida, Revista Feminismo/s, Campos de Plumas y en Liberoamerica. Obtuvo la beca para el Curso de Creación Literaria para Jóvenes de la Fundación para las Letras Mexicanas en 2021. Actualmente es becaria del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico de Guanajuato 2021. Es directora editorial de la revista de creación y crítica literaria Los Demonios y los Días.