Buenos Aires, 15 de octubre de 2019
Querido Virgilio,
Estoy en Buenos Aires. Me hospedé en el Gran Hotel Argentino, en Carlos Pellegrini 37. De “gran” solo tiene el nombre. Es un tres estrellas de toallas grises. Pero estoy encantada. No querría pasar por rica en una ciudad a la que tú llegaste pobre. El primer lugar a donde caminé consciente de mis pasos, para hacer la primera foto de la ciudad, fue al Rex, donde tantos cafés compartiste con el gran Witold Gombrowicz. De tonta y emocionada por encontrar tan rápido el edificio, lo vi desde la acera del frente y, hasta más tarde, me di cuenta de que no había cruzado al teatro. No importa, regresaré mañana.
Al encontrar tus pasos tan pronto, supe que todo saldría bien en este viaje. Estoy segura de que mi Buenos Aires se parece mucho al tuyo, porque camino una ciudad detenida en el tiempo. Fuiste muy valiente al venirte solo, e imagino que aquí muchas cosas te impresionaron: la cantidad de teatros y librerías, los cafés hermosos revueltos por la ciudad, la posibilidad de vivir las cuatro estaciones, el río que parece un mar. Algunas esquinas de Buenos Aires me han recordado a La Habana, aunque la majestuosidad que encuentro excede todo lo que he visto en mi vida, dese Nueva York hasta Ciudad de México.
Me habría encantado caminar contigo entre la gente, que me enseñaras tus cafés favoritos, que me recomendaras una lectura. Después de pasar por el Gran Rex me metí a la calle Florida, entré a la librería El Ateneo y compré dos libros de Borges, editados por Sudamericana. Me costaron 500 pesos argentinos cada uno, menos de 20 dólares los dos.
Caminando de regreso por Corrientes y hacia la zona del Teatro Colón, le he preguntado por tus libros y por la revista Ciclón a varios libreros que venden materiales viejos, pero nadie los tiene. Te encantaría saber que acá tus libros no son solo viejos, sino una rareza, según me dijo uno de los vendedores, a quien le pregunté específicamente por los Cuentos fríos que te publicó Losada en 1956. Casi todos los libreros con los que hablé son personas muy mayores. He pensado que, si sus padres eran dueños de estos mismos negocios, quizás tú le preguntaste a alguno de sus padres por algún libro, mientras ellos, pequeños, corrían alrededor de las pilas empolvadas de papel. ¿Crees que sea muy absurdo que te busque en una ciudad tan grande?
Releer en un café las cartas que mandaste a Pepe Rodríguez Feo desde esta ciudad, mientras me tomaba un té con limón, me ha levantado el ánimo. Le decías que debías estar contento por tu experiencia en Buenos Aires, pero seguías deprimido. Así me había sentido yo en las últimas semanas. Pero aquí se me curó todo, a pesar de la lluvia insistente.
Ha llovido todo el día y he pensado en cuánto frío debes haber sufrido. Me acordé de que José Bianco contaba que la primera vez que lo visitaste en la redacción de la revista Sur, se asombró de verte envueltoen un abrigo de piel de camello. Ahora te entiendo. Estamos en primavera y el frío me ha calado hasta los huesos. Me parecía que iba a anochecer desde la 1 de la tarde.
He hecho contacto con un investigador de Gombrowicz, quizás mañana nos tomemos un café juntos. Te ha leído, aunque dice que no escribiría sobre tu obra. Igual sospecho que poder verlo será como si tú y Gombrowicz se sentaran otra vez en una mesa de un café en Buenos Aires. Qué pretensiosa.
Te abraza,
Dainerys
Dainerys Machado Vento
(La Habana, 1986) Estudia el doctorado en Lenguas y Literaturas Modernas en la Universidad de Miami. Sus artículos académicos han aparecido publicados en revistas como Cuadernos Americanos, Hemisférica, Decimonónica, entre otras. Recibió el Premio Estatal de Periodismo San Luis Potosí 2016 y fue becaria de investigación del Centro para las Humanidades de la Universidad de Miami, 2020-2021. Autora del libro de cuentos Las noventa Habanas (Katakana, 2019). Fue incluida por la revista Granta en la lista «Los mejores narradores jóvenes en español 2» (2021) como una de las escritoras más prometedoras de la escena literaria actual.