De nada sirve el cuidado propio
para que salga llena de hermosura,
pues por falta de ingenio y de cultura,
un rasgo no hecho que no salga impropio.
Sor Juana Inés de la Cruz
Cada vez que llego al pueblo
lleno de fulgores la memoria:
la cremosidad del chocolate,
el picor del pipián recién hecho,
el calor del aire por el pozole mezclado
de aquellas hojas ancestrales,
se interceptan y se roban
lo que queda de mi citadinitud.
La madera se lamenta cuando la mueven
aquellas manos solas y amargadas;
yo lloro por ellas,
por lo que me fue vedado
desde que partí
al lugar sin árboles.
Las flores del patio me llaman para contarme
todo lo que pasó en mi ausencia;
los árboles reclaman mi desentendimiento,
mi partida, o peor, mi huida,
pero entre más les ruego me perdonen,
más me provocan pesadillas.
Lo único que puedo hacer para compensar
mi egoísta apetito es aprender a reconstruir
lo que las manos de mi abuela
hicieron toda su vida de soltera,
de casada y de viuda.
Si pudiera regresaría todos los fines de semana,
pero ni yo tengo el tiempo ni ella el gusto
o la salud para enseñarme.
Mi abuela se esfuma
junto con el tronido de los chiles,
junto con el jitomate asado,
junto con los panaderos azucarados,
junto con el mole del mercado,
junto con la ofrenda de la puerta,
junto con el plato que estoy vaciando,
y yo no puedo regresarla
porque no sé cómo llenar la cocina
con todos esos olores de nuevo.
Fotografía por Juanjo Menta de Pexels
Hilary Cruz
(Estado de México, 1999) Estudiante de la Licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas de la UNAM. Participa como colaboradora en el Corpus Diacrónico y Diatópico del Español de América (CORDIAM) y como correctora de estilo en la Revista Iguales. Ha publicado sus poemas en revistas independientes como Revista Oajaca, Revista Iguales y Revista Estrépito.