Epistolario

Salvador o una carta que tornó en poema

Abasolo, Gto., a 13 de septiembre del 2020


A veces quisiera tener un amigo en el pueblo,
me lo digo muy a menudo:
cuando paso por el centro y las farmacias
iluminan mi rostro con sus luces de neón,
exasperando el acervo de mis futuras enfermedades…


Concurrido quiosco convertido en grietas
sobre el suelo de la plaza
desde aquella tarde en que te fuiste
y olvidaste dejarme dulces en las alacenas;
agua en los ríos que nadamos.


Soy asta frente a la parroquia,
mi patria se perdió en algún lugar en los años 30
y emergieron de la tierra huertos de sandía.
El auto se averió en la carretera
la noche de otoño que quise ir por ti.


La ciudad me queda grande: soy bandolón y guitarra.
Hallaría mi lugar en Garibaldi;
me hubiera quedado a dormir en las bancas de acero,
con gritos desmedidos de borrachos y mariachis
arrullando a sones los demonios de mis sueños,
la pureza de mis ganas por despertar
y verte ahí sentado, en overol y playera verde,
sonriendo diurnamente, un domingo, Salvador.
Y contemplar tu existencia,
los hijos que no tuviste, las voces en tu cabeza;
llorar contigo las ausencias;
agarrar tu título universitario, romperlo en pedacitos;
despojarnos de tus ambiciones,
cortarte la barba.


Nos iríamos en camión a la playa más cercana
y con tu sabiduría, plantaríamos palmas,
comeríamos cocos. Seríamos perezosos
hasta que nuestros huesos se volvieran polvo
y pudiéramos por fin volar
a la vieja Europa.


¿Qué es la amistad sino dos gorriones
deleitándose en el aire,
volando fugaces, nocturnos,
sobre las venas de las ciudades que no conocían
cuando no tenían alas?


Hubiéramos visitado los museos de Francia,
tomando fotografías de nosotros
frente a nuestros cuadros preferidos.
No nos hubiera conquistado España
y llegaríamos a tiempo al pueblo
para curar las heridas que dejó
la Revolución Mexicana;
enterrar a nuestros abuelos,
curar de cáncer a nuestros padres.
Poner en el altar de la parroquia
las fotografías de nuestras madres.


Es extraño pensar en ti ahora.
Nunca me fui y, sin embargo, retorno,
y con cada vuelta hojeo las páginas que dejaste…
Si tan solo hubieras escrito un ensayo
sobre las casas en las que viviste,
sobre los pueblos que visitaste. Así yo,
esperanzado, buscaría mi nombre en tus palabras,
sin confundirme ni por asomo con Napoleón,
ni con Angelillo ni con Adela.


Pero siempre estoy de vuelta en el mismo círculo,
siempre vuelve la misma rutina,
transcurro las mismas calles:
te echan de menos las plazas,
le haces falta a las jardineras;
y yo vuelvo a ser yo,
vuelvo a ser triste.

Fotografía de Agustín Víctor Casasola, propiedad del INAH

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